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sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 12


Lidia se dirige a su casa. Nadie vive por su zona, así que saca el móvil y se pone los cascos para que se le haga más corto el camino. Camina lentamente hasta que llega a un paso de cebra, el mismo que tendrá que cruzar todas las mañanas en lo que queda de curso. Está distraída tarareando una de sus canciones favoritas, mira a su derecha y no divisa ningún coche, de modo que se dispone a cruzar. Un todoterreno sale de un callejón y se dirige a toda velocidad hacia la chica, pero esta no se da cuenta y continúa andando. De repente, nota como alguien le da un fuerte empujón por la espalda y ambos caen al suelo al otro lado de la acera. Lidia no sabe qué ha pasado, se quita los cascos y descubre a un chico en el suelo, mira a la izquierda y ve cómo un coche se aleja muy deprisa. No se lo puede creer, ese chico acaba de salvarle la vida, no sabe cómo podrá agradecérselo. Ella ha caído encima, de modo que se levanta rápidamente y le tiende la mano. Él sonríe y se levanta sin apenas esfuerzo. Lidia le mira atentamente, tiene los ojos marrones y lleva una especie de cresta en el pelo, es bastante guapo, y su sonrisa es espectacular. Lleva una mochila y… no puede ser. Lleva puesto el uniforme de su colegio. Pero, si nunca antes le había visto por aquí, seguro que es nuevo. El chico espera a que la chica pronuncie palabra, pero a Lidia no le sale nada, de modo que se presenta:
-Hola, soy Carlos.
Lidia por fin reacciona:
-Me… me has salvado la vida. No sé cómo agradecértelo, en serio. Encantada de conocerte, yo soy Lidia.
-Tranquila, no ha sido para tanto. He visto que ibas con los cascos y ya sabes, la música nos transforma. Simplemente, he echado a correr y he llegado a tiempo, eso es todo.
-Pues muchísimas gracias, de verdad. Ahora podría estar en una ambulancia de camino al hospital, pero gracias a ti estoy aquí. Por cierto, ¿vamos al mismo instituto?
-De nada, ya sabes. Me debes un favor.-y tras decir eso, le guiña el ojo.-Pues sí, parece que vamos al mismo colegio. Soy nuevo, me he mudado a la ciudad con mi padre.
-¿Entonces no conoces a nadie aquí? Ya sé cómo puedo devolverte el favor, yo puedo enseñarte la ciudad y presentarte a mis amigos, si quieres.
-Pues de momento, solo os conozco a ti y a mi prima. No han estado muy receptivos los compañeros de clase. Te acompaño a casa y así nos vamos conociendo, ¿vale?
Lidia acepta y ambos comienzan a andar. En el camino descubre que Carlos es un año mayor que ella, que sus padres se han separado y que tiene una hermana pequeña que vive con su madre en Barcelona. Su padre odia a los catalanes y su estúpida lucha por la independencia, y Madrid le pareció un buen sitio para huir de los recuerdos. Al cabo de un rato, llegan a una urbanización preciosa, con una piscina en el patio central. Caminan hasta llegar a un enorme portal de color negro y Carlos no puede evitar reírse. Lidia se da cuenta:
-¿Pero de qué te ríes?
-¿Me estás diciendo en serio que vives aquí, Lidia?
La chica se sorprende, pues claro que vive ahí. Carlos saca una llave del bolsillo y la introduce en la cerradura. La hace girar, abre la puerta y dice contento:
-Bienvenida, vecina.
Lidia no puede creerlo. ¡Qué casualidad! Ese chico es su nuevo vecino. Por fin alguien de su edad en el edificio. Presiente que este será un buen año. Ambos suben las escaleras juntos y, al llegar al cuarto piso, se despiden, pues la chica ha llegado a su destino. 

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